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Categoría: BLOG

Día a día se forja una vida

El hombre de tu vida llega casi siempre cuando menos te lo esperas, así de la nada, como si tu ángel de la guarda lo enviara. Te dibuja una sonrisa de esas que no pasan desapercibidas, te llena el estómago de mariposas y te diseña unas alas que te permiten volar sobre el mar y las montañas. La ciencia dice que el cerebro no sabe distinguir entre lo que es real o ficticio y que por eso disfrutamos y sufrimos por igual, si algo nos ocurre realmente o si lo imaginamos…. Y el hombre de tu vida lo sabe, así que decide colarse en tus sueños de vez en cuando… Al despertar por unos segundos sientes que todo vuelve a tu corazón… incluido el vacío que dejó al deciros adiós. A menudo ese hombre te cambia la vida, y si él no hubiera aparecido, tú no serías lo que hoy te refleja el espejo. Este hombre suele aparecer cuando eres joven, cuando crees en el amor por encima de todo y no eres capaz de ver ni siquiera sus defectos, simplemente porque le querrás por encima de todo, con lo que implica este verbo, que prácticamente se reduce a la idea de posesión. Al hombre de tu vida no le escuchas, porque no puedes, ya que su voz te embelesa. No le cuestionas porque ese hombre parece saber de todo. El hombre de tu vida te acompaña en la parte divertida del camino, no suele quedarse al final de la función para que le toquen vivir otras escenas. Este hombre será el último que olvides, porque la memoria tiene estas cosas para protegernos según envejecemos. Olvidarás lo que comiste y, sin embargo, recordaras sus miradas, porque eso sí, al amor de tu vida, lo miras a los ojos siempre, confiando en que nunca te mientan. Cuando pienses en él, sentirás nostalgia y le recordarás como lo mejor que te ocurrió nunca, no le exigirás demasiado porque el amor hace el resto. El hombre de tu día a día  es diferente. Llega disfrazado de calma para poder quedarse a tu lado. Sabe que no podrá ordenar tan a menudo que pongan fuegos artificiales en el cielo para que los veas, sobre todo porque seguramente tampoco tendrás mucho tiempo para contemplarlos. Él tendrá tiempo para arroparte cuando rendida caigas en el sofá; pero la mayoría de las veces ni te enterarás, lo hará en silencio y tampoco verá la necesidad de dejarte una nota para que sepas que lo ha hecho. Este hombre con suerte verá como tu pelo se tornará blanco, como tu cuerpo se moldeará diferente, como ya esos tacones no te quedarán tan bien… Y te querrá así, como eres. El hombre de tu día a día igual no lee poesía, no te escribe cartas… pero tranquila, te observa todo el rato, eres su musa porque sin ti, la catedral se cae y solo quedan pequeñas iglesias. Al hombre de tu día a día, en cambio, le escuchas, aunque sea entre gritos de fondo. Este no es que se quede solamente hasta el final de la función, sino que además te lleva a casa previo ponerte tu abrigo si hace frío. Estará a tu lado en momentos buenos, pero también en los peores, aunque sea desde la sombra. A este hombre le quieres siempre cerca, y te aferras fuertemente a su mano como si no hubiera otra en el universo, pero con la mirada siempre baja porque tienes miedo a descubrir algo en sus ojos que no te guste y anhelar al hombre de tu vida sin darte cuenta, y eso nos da miedo. Este hombre no se cuela en tus sueños porque sabe que no puede hacerte soñar y se conforma con que sueñes con el de tu vida, lo acepta sin más. Cuando pienses en él, sentirás rabia porque tendrá la mayor parte de tus días sin apenas darte cuenta. A este le exiges no solo sinceridad, sino lealtad. No le querrás, le amaras y es lo más bello que por él podrás hacer. Yo sé distinguir perfectamente entre ambos y seguramente tú también, pero os diré algo más… día a día se forja una vida.

Un abrazo para todas con mucho cariño.

Esta fisioterapia es para vosotras

 

 Imaginad un día gris, de esos en los que una nube negra con rayo incluido planea sobre vuestra cabeza… Tranquilas, porque todo tiene solución, y en este pequeño rincón podemos ayudaros a soplar y soplar hasta hacerla desaparecer y conseguir que los colores regresen.

¿Qué es la fisioterapia de la mujer te habrás preguntado mil veces? Lo vais a entender, ya que es toda intervención fisioterapéutica que se realiza para acompañar y trataros en todos los cambios que se producen en vuestro cuerpo a lo largo de los años. Puede ser un concepto algo abstracto, porque no nos centramos únicamente en la fisioterapia de suelo pélvico, sino en la variedad de procesos que puede vivir una mujer desde la pubertad hasta la menopausia. Pueden ser derivados de procesos fisiológicos como la menstruación, o patológicos como los derivados de procesos oncológicos.

¿Cómo podemos ayudarte? Imagina que tu dolor de regla pueda hacerse más llevadero, que ese dolor de mandíbula con el que te levantas por las mañanas pueda disminuir, que la cicatriz que hay en tu pecho pueda mejorar, que las náuseas de tu embarazo se minimicen y dejen paso para disfrutar de tu futuro bebe…es decir, que tu calidad de vida, presente una mejoría y que, por lo tanto, te encuentres mejor.

¿Cuál es nuestra filosofía de tratamiento? Para poder establecer un buen tratamiento, es necesario realizar en primer lugar una valoración global e individual. Una vez conocida y valorada la situación de cada mujer, “se pone sobre la mesa” el abanico de posibilidades que tenemos, para elegir la mejor de las opciones de tratamiento. La perspectiva y el abordaje que tenemos en la clínica implica que la paciente sea un elemento activo del proceso, por lo que suelen recomendarse pautas individualizadas para que el tratamiento continúe en casa y así, conseguir mejores resultados. Una vez finalizadas las sesiones de tratamiento, se facilitarán algunos consejos básicos para que los efectos conseguidos, se mantengan. Todo ello, se basa en el conocimiento del propio cuerpo, en saber qué es lo que está ocurriendo en nuestro organismo en cada caso, para que cada una de vosotras pueda hacerse responsable de su propio proceso y tomar decisiones en consecuencia. Además, solemos utilizar imágenes y modelos anatómicos para que el aprendizaje sea más visual y ameno. Otro de nuestros pilares es el movimiento (yoga, pilates, hipopresivos), ya que consideramos que es imprescindible que autoconocimiento, tratamiento en camilla y ejercicio, vayan de la mano.

Con este nuevo proyecto he querido crear un lugar para vosotras, donde os sintáis en un entorno seguro, escuchadas, atendidas y con confianza. Un sitio donde conocerse, entenderse y empoderarse. Y para ello he elegido a la persona que hará a la perfección este trabajo, Ana Vega, mi fisioterapeuta personal, para poder compartir con vosotras este gran mundo que sé os fascinará tanto o más que a mí.

Nos vemos pronto, eso si, no olvidéis seguir soplando…

Un abrazo enorme

La sombra de mi otro Yo

Cuando una mujer se convierte en madre, pierde una parte de ella. No quiero herir sensibilidades, ya que muchas de vosotras pensareis que solo habéis ganado cosas con la maternidad. Estas letras van destinadas a aquellas que en algún momento echan de menos a ese otro Yo.  Hay veces que paso segundos del día buscándolo…y cada día que pasa soy consciente de que empiezo a recordarlo con menos nitidez; reconozco que empieza a estar algo borroso en mis pensamientos.

Recuerdo que sonreía más y tenía menos miedo. También que me comía el mundo y plantaba una bandera allá donde quería.  Por aquel entonces me hacía gracia el amor que profesaba a mi perro, creyendo que el tener un hijo sería algo parecido, y aunque lo adoro, estaba totalmente equivocada.  Una parte grande de mi mundo lo compartía con mi compañero de viaje, y cuando en la noche rozaba su piel, creía que no había nada comparable. Dormía en paz, y esperaba el siguiente amanecer con ilusiones y proyectos, tanto personales como laborales. Crecía sin parar, vivía queriendo llegar a ser más de lo que era cada noche que me acostaba. Cada reto se quedaba corto en aquel entonces.

Mientras mi primera hija crecía en mi interior, no me daba cuenta de que todo iba a cambiar. Cuando mis amigas me decían que mi vida de pareja no seria igual, yo las miraba con extrañeza, buscaba el cobijo de mi compañero y pensaba: a nosotros no nos pasara nada de lo que esta gente nos cuenta. ¡No temas! Pero claro, que no contaba con la parte de mí, que estaba a punto de perder.

Si me preguntáis si estaría dispuesta a volver a perderla, la contestación es que sí.  Estaría dispuesta a volver a hacerlo, pero no os diré que no echo de menos a mi otro Yo.  Lo extraño a rabiar, y os confieso que hay días en los que lo llamo a gritos desesperada…a sabiendas de que no va a regresar.

A mi primera hija le costó un poquito adaptarse a sus primeros minutos de vida…la angustia que me invadió fue como un tsunami, el agua arrastró todo el egoísmo que había en mí. Se llevó mis años de tranquilidad, parte de mi dulzura y en su lugar sembró el miedo. Así, de repente, en unos segundos y sin pedir permiso. Y aunque sale el sol, a mi me ha quedado el miedo de observar el retroceso del agua en la orilla que pueda hacer prever que llegue otro de nuevo.

Con mi segunda hija el tsunami no apareció, en su lugar solo había agradecimiento al hecho de que sus ojitos habían visto la luz de un nuevo día. El miedo ya estaba, me había acostumbrado a convivir con él.

Con mi tercera hija, no hubo lugar a nada mas que la tristeza cuando supimos que no llegaría a ver este mundo. Fue una lección de vida que nos dio, y de amor, mucho amor.

Antes me daba igual enfermar. Bien sabe Dios que pensaba que había sido afortunada al tener una vida llena de aventura y felicidad. Ahora quiero más, quiero verlos crecer, quiero sus desamores, quiero ver sus proyectos, compartirlos, ayudarlas a ser mejores. Quiero que me hagan abuela (a los 33 años, como suelo decirles entre risas), en definitiva, lo quiero TODO.

Y entre tanta montaña rusa…de vez en cuando vislumbro paseando cerca de mí la sombra de mi otro YO. Lo veo intentando acercarse, incluso de vez en cuando, me hace cosquillas en el estomago cuando me sorprendo recordando como era hace unos años, cuando nada me preocupaba, cuando tenía tiempo de leer todas las novelas del mundo, cuando hacer deporte no era una lucha, sino una diversión, cuando tenía tiempo de peluquería, manicuras y masajes sin remordimientos.

Ahora cada minuto que tengo (que reconozco son menos de los que me gustaría) corro a estar con ellas, corro y corro…Porque las madres es lo que hacemos, correr de una parte hacia otra todo el santo día. Y corremos no por poner los glúteos duros, que a veces también (pero no como antes) ,sino porque da igual lo que hagamos que siempre tenemos la sensación de llegar tarde a todo.

El ser madre lleva implícito la mayoría de las veces dejar de pensar en una misma; no se si es un gesto de amor, pero en ello, decimos adiós a ese Yo del que os hablaba. Decimos adiós a tantos momentos que dedicamos a nuestra pareja para consolarnos ambos con pequeñas migajas. A veces inevitablemente llegan los reproches, los enfados, los gritos…y como no, el pensar en ocasiones en que alguien nos devuelva nuestras antiguas vidas. Y por ello y por tu paciencia, te aprecio amor mío, a ti que me acompañas de la mejor manera que sabes.

Pero mi Yo, no volverá. Porque cuando una es madre, una se llena de amor, de devoción a sus hijos, de sacar fuerzas en las interminables noches de llantos, de paciencia para consolarlos. También de miedo, mucho miedo a perderlos, porque de sobra sabemos que sin ellos ningún amanecer tendrá la misma luz. Sin ellos, preferimos la oscuridad total.

Así que, estas líneas van dedicadas a todas las madres que no saben dónde está su Yo, ese al   que apenas recuerdan. Quizás hubo un tiempo mejor, uno en el que como os decía al principio sonreíamos más y nos enfadábamos menos, nos veíamos más guapas y delgadas, nos queríamos más… O quizá no.  Igual vivíamos en un espectro diferente de colores, y ahora con paciencia, seamos capaces de hacer nuestro propio cuadro a medida. Igual lo único que necesitamos es pintar nuestro mejor retrato, aunque ello conlleve desdibujarse continuamente, adaptarnos y seguir mirando al frente.

Os recomiendo dejar de mirar hacia lo que fuisteis y fijaros en la gran mujer en la que os podéis convertir.  ¿Se puede sonreír menos y a la vez ser más feliz? No sabría qué deciros, me entra de repente la duda.  Supongo que el tiempo nos irá devolviendo poco a poco un reflejo de lo que fuimos, y nos dejara de doler, porque ya no lo anhelaremos. Con suerte nos habremos convertido en unas ancianas, casi perfectas.

Con todo mi cariño, a todas las mamás que se echan de menos a ellas mismas en algún momento del día.

 

 

Ojalá hubiésemos sido más cobardes

Mi pretensión con estas líneas es dejar reflejo de lo que ha ocurrido y está ocurriendo, para que cuando todo esto pase, que sin duda lo hará, queden impresas estas letras en mi pequeño rincón.

Mi caso, es uno de esos afortunados en esta pandemia, ya que, de momento, y no voy a cantar victoria porque queda un largo camino, no he de lamentar muertes cercanas, aunque me temo que al final de la historia todos tendremos alguna.

Si, y digo muertes, porque es lo que está ocurriendo mientras cantamos y bailamos canciones que entiendo deben aliviar el alma. La gente se muere, como ha ocurrido siempre, dejando de respirar… O como nunca, opinarán otros, en la máxima soledad.  Lamentablemente hemos llegado a normalizar cifras de 300 muertos diarios; incluso lo celebramos por todo lo alto porque distan de los 900 que hemos llegado a registrar. El ser humano es capaz de normalizarlo todo, eso me ha quedado claro en estos días.

Yo me contagie del virus Covid -19 haciendo lo que más me gusta: un parto.  Me aislaron tan rápido que seguramente sea una de los pocos sanitarios que hice la cuarentena de manera adecuada, pasé mis síntomas leves, confirmé que era inmune y fin de mi historia. Entre las paredes de mi hogar, quedó la angustia del contagio inevitable del hombre de mi vida y de mis amadas hijas, y aunque eso es otra historia, aquí es precisamente donde quiero detenerme.

Dedicado a quienes estén leyendo estas palabras: a ustedes que aplauden cada día a las ocho de la tarde, y sé que lo hacen con la mejor de las intenciones… A todos les digo, que lo siento, pero en mi caso y en el de muchos de mis compañeros, no nos vale.

¿Y saben por qué? Porque lo único que resuena en los tímpanos de los sanitarios es el miedo, del cual solo estamos inmunizados cuando hablamos del que nos atañe a nosotros mismos, pero no cuando se refiere a la gente a la que amamos.  Imagínense, si es que pueden, la culpabilidad que tendrán que cargar las conciencias de los que contagien a familiares y de esa fatídica ecuación, resulte la perdida de sus seres queridos: ese dolor no se calma con aplausos, créanme.

El sentimiento que envuelve al colectivo sanitario es el de una tormenta en alta mar: imaginen olas de 10 metros, un barco con sus enormes velas intentando evitar el naufragio, el crujido de los mástiles rompiendo al chocar contra las paredes de agua, el empujón final que hace voltear ese barco, doblegando todo y a todos, llenando compartimentos a raudales sin poder hacer nada hasta que la mar engulle cualquier resto de lo que antes era una nave. Y después: la soledad, la nada.

En ocasiones, algún marinero despertaba en alguna orilla donde la corriente le había arrastrado moribundo. Entonces, los rayos filtrados entre las nubes le hacían entender que había sobrevivido al naufragio. Frente a un mar desconocido, no quedaba más remedio que intentarlo de nuevo, armarse de valor y volver enfrentarse a la realidad que tenían delante.

Y así es como lo entiendo yo también. Tenemos la obligación de seguir intentándolo, de mirar hacia un futuro que, aunque incierto, debe resultar esperanzador. Es como esa mar en falsa calma, que aun sin saber cuándo volverá a enfurecerse, resulta ser la única oportunidad de sobrevivir.

En unos meses se llenarán los periódicos de medallas colgadas a personas que presumirán de haber sacado nuestra nave a flote, de remolcar hasta la orilla a todos los que pudieron , de habernos infundado el tan deseado soplo de la vida.

En esta historia, los únicos héroes son los que han combatido cuerpo a cuerpo, sin más protección que su valor. Y ya lo sabemos todos:  de valientes están llenos los cementerios. Yo nunca he querido ser una heroína, tan solo he pretendido  ser médico.

Desde aquí me uno al dolor, a la rabia, a la desesperación de los que cada día tendrán que despertar echando de menos a alguien, sabiendo que la espera no los hará regresar. Para todos los que no podrán volver a ver a sus hijos, ver nacer a sus nietos, cambiar pañales, enamorarse, sonreír, besar, acariciar, sonrojarse, entristecerse, llorar, soñar…Para estos últimos, una única frase: ojalá hubiéramos sido más cobardes, ojalá hubiéramos tenido menos en cuenta nuestros juramentos hipocraticos, que solo nos recuerdan cuando conviene a algunos. Ojalá hubiéramos dicho un:  Así no, sin escudos no vamos a la guerra.

Para algunos seremos unos valientes, para solo unos pocos habremos sido unos inconscientes. Eso sí, durante unos días, semanas, meses tendremos agradecimientos y elogios. Cuando todo esto pase me quedara la duda de si lo pudimos hacer de otra forma, de alguna que no nos hubiera obligado a quitar la vida a quienes todo nos habían dado.

Solo deseo que la calma llegue a nuestros corazones y volvamos a poder sonreír, doliéndonos un poco menos cada día, el vacío que dejan  los que ya no estarán con nosotros.

 

 

Agresiones múltiples: La Manada

Hoy vamos a hablar de un tema que seguramente interesa a la mayoría , pero con el que algunos también no se encuentran muy cómodos :   la educación sexual.

A raíz de una entrevista en radio a un apreciado compañero me he animado a dejaros unos datos, a ver si afortunadamente entre todos, incluidas las Sociedades Científicas, tomamos conciencia de un problema que nos afecta :  las agresiones sexuales múltiples.

Os dejo el siguiente dato : En España desde el año 2010 se han producido 176 agresiones múltiples, estas a las que les hemos puesto el sobrenombre de agresiones en manada, y es de resaltar que  42 de ellas nada más y nada menos, se han producido  en lo que llevamos de año. Esta  tipología de agresiones  que hasta ahora han sido menos frecuentes nos debe hacer reflexionar en que algo no estamos haciendo del todo bien.

En ocasiones decimos que nuestros jóvenes no se parecen a los de antes, que han perdido los valores; no nos damos cuenta de que realmente ellos heredan la sociedad que los adultos construimos, y por lo tanto son el mejor reflejo de la misma.

Qué es lo que demando entonces desde aquí, os preguntaréis. Una educación sexual transversal, en la que todos participemos de manera activa, desde casa hasta  los colegios. En el siglo XXI no nos podemos permitir que una sociedad se desmorone por no educar, y eso incluye también la sexualidad.

Si tenemos en cuenta que se estima que los primeros contactos con la pornografía se producen a los 9 años ( aunque sea simplemente por curiosidad ) y nuestros hijos e hijas no tienen un contrapeso a ello, ¿ quién les enseñará una sexualidad  basada en el buen trato, en el respeto al otro y a uno mismo.? El sexo debe ser una referencia de salud, y al no educarlos, hacemos que las referencias las tomen  de la pornografía.

A aquellos que se atreven a decir que la educación sexual en las escuelas incita a tener relaciones de riesgo o tempranas, les animo a que lean datos publicados en estudios serios.

¿Educación sexual en la escuela? Por supuesto que sí, porque además ayudaremos a evitar la violencia de género. El sexo se aprende, la actitud positiva hacia el otro se aprende , pero desgraciadamente la distorsión del sexo que se presenta en la pornografía también . ¿Y saben ustedes lo que ven nuestros jóvenes en el porno? Relaciones sexuales en grupo y escenas de violencia hacia las mujeres en las mayoría de ellas, sean sutiles o explícitas.  ¿Creen que es casualidad?

El porno es un ámbito del cine, pero no puede ser el referente . Los estudios dicen que 7 de cada 10 personas acuden a internet para entender la sexualidad… Si nosotros no educamos a nuestros hijos alguien lo hará, no lo duden.

La educación sexual es un DERECHO y como tal está reconocido, hagamos eco de ello.

Esperemos poder evitar en lo posible más noticias tristes al respecto, y recordad lo sumamente peligroso que puede resultar una pizarra en blanco, teniendo en cuenta que cualquiera puede escribir en ella.

Un abrazo

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